Hablar de cultura de interioridad es hablar de cultura del ser y aprender a ser, constituye uno de los pilares sobre los que se ha edificado la educación. Es un ser y hacer integrado. Un hacer desde el ser, un hacer centrado, un hacer conectado, un hacer anclado...en el ser. Es difícil ya que vivimos en una cultura del ruido, del estrés, de lo rápido, que no favorece la conexión con el exterior y menos con el interior, con lo bueno, lo justo y lo bello que hay en cada uno.
En una cultura de interioridad las personas hacen... un hacer que le conecta con su centro para saber situarse ante sí mismo y los demás. Es la cultura que facilita llegar a la profundidad del ser generando respuestas comprometidas y compasivas, desde el corazón.
La cultura de la interioridad es una cultura en la que importa la mirada y la escucha interior, la mirada y la escucha del corazón, que nos llevan a encauzar nuestros dones de reparar y servir, a crear paz a nuestro alrededor, a hondar aquello que tiene la vida de sagrado, a bendecir todo lo que se presente y a desear y defender el bien de todos.
Regresar a la actitud del niño con sentido de gratitud y gratuidad, dejando espacio para la espontaneidad, lo creativo, la fantasía, la libertad, la ternura. Abrir bien los ojos y los oídos, vivir el aquí y ahora. Dejar entrar la vida por los cinco sentidos de un modo directo, te conecta a la profundidad , abre bien los ojos y mira, abre bien los oídos y escucha; antes que la acción...respiración. Si antes de la acción párate unos minutos y respira; antes que la acción párate unos minutos y huele, toca, siente, escucha. Antes de la acción juega y disfruta, bucea en tu centro...haz silencio interior, antes de la acción oración.
Aprender a pararse unos minutos para que en cada situación concreta, ante cada ser humano, ante uno mismo, el actuar sea lo que la persona es, y es imagen y semejanza del Creador.
Aprender a pararse será necesario hasta que llegue el día en que el aprendizaje este interiorizado y se haya integrado como una actitud, una actitud de presencia. Lo ideal es aprender en la escuela. Para el profesor también es bueno, pues muchas veces llega estresado al colegio y necesita esos momentos de recentramiento.
¿Cómo aprender? Como los niños, con experiencias directas, integrando algunas rutinas, para ir adquiriendo el hábito de aprender a hacer desde el ser, de
aprender a ser. Se pueden hacer estos breves parones de unos minutos antes de empezar una clase, al iniciar la jornada, al terminar una tarea, después del recreo, cuando los niños están alborotados, antes de un examen... Aprender a pararse y pintar mándalas o respirar, hacer un ejercicio de los sentidos: escuchar los sonidos, mirar una imagen, hacerse un masaje en las manos, hacer la técnica del minuto, recitar un mantra en sincronía con la respiración, música relajante.
En el ámbito escolar son muchos los beneficios y las necesidades de aprender a pararse:
- Vivimos en un exceso de vida mental y virtual en detrimento de lo corporal, de lo sensorial y lo espiritual
- Exceso de conceptos en los currículos que no tienen nada que ver con la vida
- Un preocupante déficit de atención en los alumnos, producido por el exceso de información y de consumo que lleva a la contaminación visual y acústica.
- El acelerado ritmo de vida y el consumo de actividades.
- Falta de higiene mental, la agitación y la tensión deteriora la convivencia y el clima del aula.
La práctica de un proyecto de interioridad es el goteo de experiencias breves pero continuas. Como una lluvia fina, que sin enterarte te acaba empapando por completo.
Se trata de empapar la tierra interior, para que regándola de fruto de vida y vida en abundancia. Lo ideal es que lo experimenten primero los docentes, que vivencien su propio goteo de interioridad y de aplicación en el aula.
Cultivar el mundo interior nos ayuda a descubrir la paz, la belleza, el humor, nos capacita para escuchar y escucharnos. Es un itinerario que invita a ir mar adentro, a ser nómada, a ir de la tierra conocida de mi cuerpo, a la tierra prometida, la del corazón donde mana leche y miel, como diría San Ignacio pasar del saber y conocer al sentir y gustar internamente. Esto es imposible sino no enseñamos a nuestros niños, sino aprendemos nosotros, a hacer silencio, con experiencias tan pequeñas como un minuto. Cuando la mente se calla, habla el corazón.
Dificultades para hacer silencio y viajar al interior: el poco tiempo, lo inmediato, el activismo, sobresaturación de información, las sensaciones, lo práctico, lo efectivo.
Vivimos en huida, distraídos, evitando pensar. Olvidamos fácilmente el pasado centrados en el presente sin interesarnos el futuro, a cada día le basta su afán.